lunes, 22 de diciembre de 2014

Seis millones menos unos cuantos


Volvieron a ser seis millones menos unos cuantos. La afición de Águila cerró el torneo confirmando su estatus de la más grande del país, aunque acabó la final con el corazón destruido, hecho añicos por una tanda de penaltis en la que la corona 16 quedó relegada nada más a ser un sueño y a tener que seguir guardada en la ilusión de que alguna vez llegará, alguna vez sucederá. Lo que no seguirá siendo ilusión para la hinchada negronaranja fue la de tener un equipo competitivo y la de volver a las gradas a apoyarlo. 

Luego que durante el último año y medio los emplumados entraran en crisis y los pleitos de la directiva con el que nunca se equivoca obligaran a que Águila se viera abandonado en las gradas, el último año ha servido para reactivar al sector más importante de cualquier equipo: su afición.La hinchada negronaranja tenía un reto: instalados en el debate eterno sobre la barra más grande del país, debía demostrar que los clichés sobre ser la mitad más uno o seis millones menos unos cuantos no eran solo leyendas urbanas y durante toda la semana se dieron a la tarea de motivar, incentivar y preparar la fiesta del domingo.

Las barras emplumadas, la Banda de la Capital, La Inmortal 12, la Super Naranja y todas las peñas de estas se marcaron como meta revivir el carnaval de semifinales del Juan Francisco Barraza en el estadio Cuscatlán. Con más espacio y más aforo, había chance también de meter más gente y que los que no pudieron entrar al encuentro en San Miguel (donde, en efecto, hubo gente que ya no pudo ingresar por falta de espacio) sí pudieran festejar en el “Coloso de Montserrat”.Comenzó la semana y comenzaron los preparativos: la recolección de papel para picar. Comenzó el mantenimiento de los instrumentos: refuerzo en los bombos para que quedaran listos para el martilleo del domingo. Comenzó la espera y la ansiedad de que llegara el domingo: una vez oficializados los precios y la noticia de la preventa, la afición emplumada se volcó a los puntos de venta para arrasar con las entradas de la misma manera que esperaban arrasar en la final.Llegado el domingo, abundaban las historias. 

Desde el que llegó con ampollas en las manos de tanto picar papel hasta el que llevaba a su hija porque era el “amuleto” al que había llevado en otros cuatro partidos del campeonato, todos con tantas victorias de su equipo.Las historias y también los buses. No solo los que llegarían de San Miguel sino que también había planificación de excursiones desde lugares como Armenia, Ciudad Arce, Usulután, Morazán, la misma Santa Ana y más. Águila peinó El Salvador y hasta algunos mismos de ellos consideraron sacó emplumados hasta debajo de las piedras, donde algunos estuvieron cuando el equipo estuvo en las malas y no aparecieron en el estadio. Ayer, en la final, volvieron.Empero, juntos todos, el Cuscatlán fue negronaranja. 

El precio de $5 para sol general ($3 menos que las últimas finales) fue también un excelente aliciente para que los seguidores emplumados toparan todo sol general y sol preferente. Tanto así que fue necesario lo que había sido anunciado y que ningún otro equipo de los llamados “grandes” había logrado en sus finales: que el sector de sol preferente sur, destinado a Metapán, se pasara a sombra para que cupiera la gente de Águila en el estadio.Ahí estaban todos. Los menores de edad con sus padres que les inculcan el camino correcto, los jóvenes que no hicieron falta en los viajes de ninguno de los 18 partidos y los mayores, como un señor de la tercera edad que llegó en una excursión y que se diferenciaba del resto no solo por su edad, sino porque no vestía de negronaranja sino de vestir: pantalón y camiseta formal manga larga. Cosas de apoyo según la edad. Vivir, caer, revivir, perecer...

Llegó el partido y el estadio era naranja y negro. Los últimos huecos de sol general se llenaron y la afición se encomendó entonces a los 11 vestidos con sus colores para conseguir la 16. La barra metapaneca intentaba rivalizar pero era silenciada por la mayor cantidad de instrumentos emplumados y la de las voces del resto del estadio.

Sin embargo, la presión que Metapán puso en la cancha y la falta de aire que tuvo el mediocampo emplumado para circular los primeros 15 minutos también dejó con poco aire a los aficionados. Pasaron de eufóricos a esporádicos los momentos en que las voces se mantuvieron siempre delirantes y toda la mancha negronaranja que cantaba a una sola voz pasó a pequeños grupos en un lado una vez y en otro lado a la siguiente. El juego frío los había congelado.

Los pocos momentos de chispa que tuvo Águila en el partido sirvieron para despertarlos. Como cuando Gilberto Baires prendió un centro que dio en la cara externa de la red o cuando Benji Villalobos sacó a mano cambiada un centro que se cerraba y se le colaba por el ángulo.

En el segundo tiempo, volvieron a contener la respiración con el remate desviado de Marvin Monterrosa y hasta se atrevieron a gritar gol antes que el remate de Álvaro Lizama pasara pegado al poste. La ansiedad ya carcomía y la sensación que el encuentro se iba a tiempo extra y quizá penaltis (donde Águila nunca ha tenido buenos resultados) era más pesada de lo evidente.

Se confirmó el tiempo extra y también las malas sensaciones. Al '113 cayó la pesada losa de la realidad cuando Nicolás Muñoz sacudió las redes de su equipo. Se vinieron abajo los primeros emplumados en platea y comenzaron a abandonar el estadio.

Sin embargo, todos los demás que tenían copado el resto del estadio se quedaron y pudieron gritar todos a una sola voz el tanto de Baires que les devolvía la posibilidad de alzar al cielo el título.

Rozaron la gloria. Sin embargo, otra bofetada de realidad al recordar que Águila tiene equipo pero no delanteros; tiene equipo pero no pateadores. Fallaron tres, incluido el héroe que después fue villano, y la 16 es aún una ilusión. Lo que no: que vuelven a ser seis millones menos unos cuantos.

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